martes, 21 de febrero de 2012

Micrófonos

Almudena Grandes EL PAÍS 13 FEB 2012
 
No existen adjetivos para calificar la vergüenza que representa la condena a Garzón por el caso Gürtel

Luz y taquígrafos. Por más que nuestras instituciones democráticas desdeñen a diario su propia tradición, esta expresión acredita la antigüedad del parlamentarismo español. Podría pensarse que está anticuada, pero es un error. Debemos seguir pidiendo luz y taquígrafos, porque ninguna perversión tecnológica es comparable a la que ha desvirtuado la naturaleza de los micrófonos en los últimos días.

Concebidos para amplificar la voz humana, para dejar constancia de la verdad, los micrófonos se han convertido en la herramienta más útil de los que estafan, de los que mienten, de los que engañan. Rajoy los empleó en campaña para prometer que iba a acabar con el paro, y los volvió a usar en Bruselas para cargar a los sindicatos con la responsabilidad de una huelga general. Guindos ha vuelto a convocarla al asegurar, ante un micrófono, que la reforma laboral será “extremadamente agresiva”, aunque no evitará que 2012 termine con casi seis millones de parados. Pero, una vez más, el Tribunal Supremo se lleva la palma. Porque no existen adjetivos para calificar la vergüenza que representa la condena a Garzón por el caso Gürtel.

Cuando en España se pedían luz y taquígrafos, se llamaba a las cosas por su nombre. Los micrófonos que instaló un juez para probar un delito continuado de corrupción, no sólo han servido para condenarle. También han provocado, a juzgar por las declaraciones del abogado de Correa, la nulidad virtual de la causa contra su cliente. Tras la absolución de Camps y Costa, los delincuentes no sólo vuelven a ganar, sino que logran apartar de los tribunales al juez que probó su delito, y por último, pero quizás en primer lugar, persuadir a todos los demás de que les conviene pensar dos veces antes de actuar contra ellos. Yo sólo puedo añadir que tengo tres hijos. Y que me aterra pensar en el país donde van a vivir.


http://elpais.com/elpais/2012/02/10/opinion/1328876319_656172.html