lunes, 14 de septiembre de 2015

Las suicidadas

Lidia Falcón - público.es 13.9.2015

Se ha hallado el cadáver de Denise Pikka Thiem, que desapareció en el camino de Santiago el 5 de abril pasado. Durante cinco meses no se encontró ninguna pista sobre ella. Ni Guardia Civil ni vecinos fueron capaces de encontrar los restos de la desaparecida, que evidentemente estaba muerta. Pero hace unos días el senador norteamericano John McCain apareció públicamente mostrando su alarma por la falta de noticias de su paradero, preocupado puesto que era ciudadana estadounidense, y ofreció al gobierno español la ayuda del FBI para proceder a las investigaciones. ¡Y hete aquí que a los dos días salían 500 hombres a rastrear los campos, y en cuestión de otros dos  detenían al presunto asesino y le hacían confesar donde había escondido los restos!

Me pregunto si la desdichada mujer, negra, hallada calcinada en el container de Nerva (Huelva) hubiese sido ciudadana estadounidense nuestras fuerzas de seguridad del Estado, el fiscal, el juez del juzgado de instrucción y los médicos forenses, quizá hubiesen decidido que la muerte se produjo por violencia ejercida por otras personas y no por suicidio, y hoy estarían investigando seriamente lo sucedido.

No será posible que los forenses, la Guardia Civil y el Ministro del Interior –que ha aparecido hoy en la televisión presumiendo del éxito de la investigación- comuniquen a McCain que Denise Pikka se ha suicidado. Porque no hay como ser ciudadana de los Estados Unidos de América del Norte. Ser ciudadana española, y supongo que en el caso de la negra de Nerva ni eso, no garantiza que tu Estado se sienta responsable ni de tu seguridad en vida ni de la investigación de tu muerte.

En nuestro país se está dando la proliferación de casos de suicidadas, en condiciones realmente extraordinarias, que ni siquiera por la singularidad que muestran merecen ser investigadas.

El diario La Provincia de Las Palmas del 4 de septiembre de 2015, publica una curiosa crónica, que reproduzco por su originalidad:

“El suicidio de una ciudadana británica en la localidad turística de Corralejo, municipio de La Oliva, ocurrido el pasado día 20 de agosto, suscitó una serie de dudas entre los investigadores derivada de la posibilidad de que tras su muerte se escondiera algún tipo de delito, hasta el punto de que se efectuaron dos autopsias. Las dos determinaron que la causa del óbito fue suicidio. Con todo, tras la primera revisión forense, la investigación se mantuvo abierta. El escenario y las circunstancias de la muerte alimentaban algunas sospechas.

“Charlote J. R., una joven inglesa de 27 años, residía desde hacía tiempo en el complejo de apartamentos El Sultán, en Corralejo, con su familia. Tenía dos hijos y en el momento de su fallecimiento se encontraba embarazada de un mes y medio. La muerte se produjo con un cuchillo de grandes dimensiones y el cuerpo presentaba tres cuchilladas profundas en el tórax, que originaron la muerte casi instantánea. Los agentes de la Policía Judicial de la Guardia Civil, tras analizar los hechos que rodearon el trágico suceso, determinaron inicialmente que el fallecimiento se produjo de forma voluntaria. Estas conclusiones también fueron refrendadas por los resultados de la necropsia.

“Sin embargo, el proceso de investigación, pese a las escasas diligencias practicadas, pues no se interrogó a los vecinos, ni se llevaron a cabo más análisis, se planteó una serie de dudas derivadas de la inspección ocular de la vivienda donde fue hallado el cadáver. Los agentes se encontraron con el hecho de que el lugar en el que ocurrió el suceso estaba absolutamente limpio. No quedaban rastros de sangre en el cuchillo. Por si fuera poco, incluso se había procedido al lavado de diversas piezas de la ropa de cama de la finada. Todas estas circunstancias hicieron sospechar que tras el óbito pudiera esconderse un delito.

“Al conocer estos detalles y como quiera que en los últimos meses se ha detectado en el conjunto del país una tendencia a hacer pasar como suicidios algunos casos de violencia de género, el juez de guardia el día que ocurrieron los hechos solicitó una segunda autopsia.

“Muerte voluntaria

“En la nueva necropsia realizada por otro forense se encontraban presentes agentes de la Policía Judicial de la Guardia Civil. A pesar de las dudas que se habían generado el resultado fue el mismo: muerte voluntaria.

“Este periódico intentó conocer la opinión de la familia de la fallecida. Sin embargo, en un ambiente de clara hostilidad y sin apenas mediar palabra, no quisieron recibir a los periodistas de este medio. Los vecinos de los apartamentos próximos a la vivienda donde se produjeron los hechos también evitaron pronunciarse sobre la muerte de la ciudadana británica. Las personas a las que se les pidió información evitaron no solo identificarse, sino que mostraron un total mutismo sobre las causas que rodearon al suceso y que tantas sospechas generó”.

No he visto esta información en otros periódicos de más difusión, ni ha aparecido en las pantallas de televisión ni mucho menos los políticos se han preocupado por ella. Deben de haber considerado sin interés este caso sobrenatural en el que una mujer puede matarse acuchillándose tres veces en el pecho y después lavar las ropas de la cama, el suelo y el cuchillo. Ya se sabe que las mujeres son muy apañaditas y curiosas y esta, aún muerta, no iba a dejarlo todo sucio para que los vecinos la criticaran por dejada.

Resulta enormemente significativo que el redactor de la noticia en La Provincia diga que “como quiera que en los últimos meses se ha detectado en el conjunto del país una tendencia a hacer pasar como suicidios algunos casos de violencia de género”… Si sigue esta tendencia se reducirán significadamente el número de sumarios de los juzgados en los casos de asesinatos machistas, lo que siempre es de agradecer cuando se encuentran tan sobresaturados de trabajo.

Tampoco parece que haya llamado la atención a la policía, al Ministerio del Interior, ni a los reporteros ni a los fiscales y al juez, que ni los familiares, “en un ambiente de clara hostilidad y sin apenas mediar palabra”, ni los vecinos, quisieran recibir a los periodistas de ese medio de comunicación.

No quiero pensar que tanto en el caso de Nerva como en el de Las Palmas se hayan ejercido presiones ilícitas por parte  de las mafias de diversos sectores del crimen organizado  que ordenan no solo las mujeres que han de morir sino cuales asesinatos han de ser investigados y cuales no. Porque eso significaría que las mujeres, y sobre todo aquellas especialmente vulnerables: negras, extranjeras, estamos absolutamente inermes y desamparadas en este país.

Es evidente que hay que ser ciudadana estadounidense para que la policía española se ocupe de investigar tu desaparición y tu muerte.



Madrid 12 de septiembre 2015.

Los godos del emperador Valente

ARTURO PÉREZ-REVERTE - XLSEMANAL 14.9.2015

En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano.
Y es que todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado. Que gobernantes irresponsables nos borren los recursos para comprender. Desde que hay memoria, unos pueblos invadieron a otros por hambre, por ambición, por presión de quienes los invadían o maltrataban a ellos. Y todos, hasta hace poco, se defendieron y sostuvieron igual: acuchillando invasores, tomando a sus mujeres, esclavizando a sus hijos. Así se mantuvieron hasta que la Historia acabó con ellos, dando paso a otros imperios que a su vez, llegado el ocaso, sufrieron la misma suerte. El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso -Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire- tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más.
Pagamos nuestros pecados. La desaparición de los regímenes comunistas y la guerra que un imbécil presidente norteamericano desencadenó en el Medio Oriente para instalar una democracia a la occidental en lugares donde las palabras Islam y Rais -religión mezclada con liderazgos tribales- hacen difícil la democracia, pusieron a hervir la caldera. Cayeron los centuriones -bárbaros también, como al fin de todos los imperios- que vigilaban nuestro limes. Todos esos centuriones eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta. Sin ellos, sobre las fronteras caen ahora oleadas de desesperados, vanguardia de los modernos bárbaros -en el sentido histórico de la palabra- que cabalgan detrás. Eso nos sitúa en una coyuntura nueva para nosotros pero vieja para el mundo. Una coyuntura inevitablemente histórica, pues estamos donde estaban los imperios incapaces de controlar las oleadas migratorias, pacíficas primero y agresivas luego. Imperios, civilizaciones, mundos que por su debilidad fueron vencidos, se transformaron o desaparecieron. Y los pocos centuriones que hoy quedan en el Rhin o el Danubio están sentenciados. Los condenan nuestro egoísmo, nuestro buenismo hipócrita, nuestra incultura histórica, nuestra cobarde incompetencia. Tarde o temprano, también por simple ley natural, por elemental supervivencia, esos últimos centuriones acabarán poniéndose de parte de los bárbaros.
A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar. Ya no se puede. Nuestra propia dinámica social, religiosa, política, lo impide. Y quienes empujan por detrás a los godos lo saben. Quienes antes frenaban a unos y otros en campos de batalla, degollando a poblaciones enteras, ya no pueden hacerlo. Nuestra civilización, afortunadamente, no tolera esas atrocidades. La mala noticia es que nos pasamos de frenada. La sociedad europea exige hoy a sus ejércitos que sean oenegés, no fuerzas militares. Toda actuación vigorosa -y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia- queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias. Detalle significativo: las operaciones de vigilancia en el Mediterráneo no son para frenar la emigración, sino para ayudar a los emigrantes a alcanzar con seguridad las costas europeas. Todo, en fin, es una enorme, inevitable contradicción. El ciudadano es mejor ahora que hace siglos, y no tolera cierta clase de injusticias o crueldades. La herramienta histórica de pasar a cuchillo, por tanto, queda felizmente descartada. Ya no puede haber matanza de godos. Por fortuna para la humanidad. Por desgracia para el imperio.
Todo eso lleva al núcleo de la cuestión: Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse.
Eso nos mete en el cogollo del asunto: la instalación de los godos, cuando son demasiados, en el interior del imperio. Los conflictos derivados de su presencia. Los derechos que adquieren o deben adquirir, y que es justo y lógico disfruten. Pero ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables. Además, incluso para las buenas conciencias, no es igual compadecerse de un refugiado en la frontera, de una madre con su hijo cruzando una alambrada o ahogándose en el mar, que verlos instalados en una chabola junto a la propia casa, el jardín, el campo de golf, trampeando a veces para sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho. Donde no todos, y cada vez menos, podemos conseguir lo que ambicionamos. Y claro. Hay barriadas, ciudades que se van convirtiendo en polvorines con mecha retardada. De vez en cuando arderán, porque también eso es históricamente inevitable. Y más en una Europa donde las élites intelectuales desaparecen, sofocadas por la mediocridad, y políticos analfabetos y populistas de todo signo, según sopla, copan el poder. El recurso final será una policía más dura y represora, alentada por quienes tienen cosas que perder. Eso alumbrará nuevos conflictos: desfavorecidos clamando por lo que anhelan, ciudadanos furiosos, represalias y ajustes de cuentas. De aquí a poco tiempo, los grupos xenófobos violentos se habrán multiplicado en toda Europa. Y también los de muchos desesperados que elijan la violencia para salir del hambre, la opresión y la injusticia. También parte de la población romana -no todos eran bárbaros- ayudó a los godos en el saqueo, por congraciarse con ellos o por propia iniciativa. Ninguna pax romana beneficia a todos por igual. 
Y es que no hay forma de parar la Historia. «Tiene que haber una solución», claman editorialistas de periódicos, tertulianos y ciudadanos incapaces de comprender, porque ya nadie lo explica en los colegios, que la Historia no se soluciona, sino que se vive; y, como mucho, se lee y estudia para prevenir fenómenos que nunca son nuevos, pues a menudo, en la historia de la Humanidad, lo nuevo es lo olvidado. Y lo que olvidamos es que no siempre hay solución; que a veces las cosas ocurren de forma irremediable, por pura ley natural: nuevos tiempos, nuevos bárbaros. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Quizá con el tiempo y el mestizaje otros imperios sean mejores que éste; pero ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima. En ese trayecto sólo hay dos actitudes razonables. Una es el consuelo analgésico de buscar explicación en la ciencia y la cultura; para, si no impedirlo, que es imposible, al menos comprender por qué todo se va al carajo. Como ese romano al que me gusta imaginar sereno en la ventana de su biblioteca mientras los bárbaros saquean Roma. Pues comprender siempre ayuda a asumir. A soportar. 
La otra actitud razonable, creo, es adiestrar a los jóvenes pensando en los hijos y nietos de esos jóvenes. Para que afronten con lucidez, valor, humanidad y sentido común el mundo que viene. Para que se adapten a lo inevitable, conservando lo que puedan de cuanto de bueno deje tras de sí el mundo que se extingue. Dándoles herramientas para vivir en un territorio que durante cierto tiempo será caótico, violento y peligroso. Para que peleen por aquello en lo que crean, o para que se resignen a lo inevitable; pero no por estupidez o mansedumbre, sino por lucidez. Por serenidad intelectual. Que sean lo que quieran o puedan: hagámoslos griegos que piensen, troyanos que luchen, romanos conscientes -llegado el caso- de la digna altivez del suicidio. Hagámoslos supervivientes mestizos, dispuestos a encarar sin complejos el mundo nuevo y mejorarlo; pero no los embauquemos con demagogias baratas y cuentos de Walt Disney. Ya es hora de que en los colegios, en los hogares, en la vida, hablemos a nuestros hijos mirándolos a los ojos.



El Cajón Literario regresa...

He vuelto… Bueno mejor, no me fui.

Pasado casi un año, por una enfermedad grave y su tratamiento, retomo la publicación de artículos de plumas ilustres en este mi querido Cajón Literario.

Debo informar que no siempre coincido totalmente con las ideas y conclusiones de los diferentes autores en los artículos que selecciono. Simplemente creo que te hacen pensar.

Espero sigan disfrutando de mis selecciones.

Córdoba 14 de septiembre de 2015


Ángel Conde García